-Gracias-te dije.
-No hay de qué.
Y ahí estaba yo, como una tonta a tu lado, en la estación
del Norte, esperando a que me dijeras hacia adonde ir.
-Tomemos primero un desayuno.
A mis 30 años era la primera vez que iba a hacer un viaje –
de poco más de una hora, eso sí, pero viaje al fin y al cabo- en tren, y me impresionaba que fuera
contigo, porque hacía apenas un mes, ni siquiera te había visto la cara.
Desayunamos y cuando llegó el tren fuimos de los primeros en
tomar asiento. Me dio algo de pena que no quisieras sentarte a mi lado, y que
te pusieras enfrente, porque yo había imaginado que podría apoyarme en tu hombro
y hundir mi nariz en tu cuello, y que tendríamos las manos enlazadas, y que nos
besaríamos durante todo el viaje, aunque a decir verdad, sabía que no iba a ser
así. Te conocía poco, pero sabía que no eras de los que acostumbran a hacer o a
recibir carantoñas, y menos aún en un lugar con gente.
Recuerdo cómo ibas explicándome lo que tú solías hacer
cuando hacías este viaje, antaño muy a menudo. Dónde te sentabas, qué solías
leer en el trayecto y cuánto te gustaba estar solo en el vagón. ¿Ves cómo sí te
escuchaba?
Cuando el tren se introdujo debajo de la tierra, tú seguiste
con tus gafas de sol puestas, y me dijiste que yo era de las “raras” que se iban quitando y poniendo las gafas, según si el tren estaba en la superficie o debajo
de ella. No pude hacer más que reírme.
La noche anterior habíamos dormido poco o nada. Recuerdo
como si fuera ahora, que fue la primera vez que te entretuviste en mis pechos.
Recuerdo cómo los lamiste, chupaste, besaste y mordiste. Recuerdo que casi
muero de placer.
No puedo acordarme de qué hablamos durante el viaje. Imagino
que, como siempre: música, cine, religión, política... y el mundo blogger. Nos
encantaba hablar de él. Al fin y al cabo, gracias a él estábamos juntos ¿no?
Sé que me levante de mi asiento tres o cuatro veces para
besarte, pero eran besos rápidos.
La verdad, es que tenía algo de miedo a cómo
pudieras actuar, no sabía si te gustaría besarte conmigo cuando había gente
mirando... aunque solo fuera una anciana con un bebé que olía a caca.
Cuando llegamos a destino, teníamos que esperar a que
vinieran a recogerme. Así que decidimos tomar, de nuevo, otro desayuno. Si
alguien hubiera reparado en nosotros, ¿sabes qué creo que habría dicho? “mira
esos dos tontos, otros que caen en las garras del amor, otros dos enamorados”.
Y lo peor, es que hubiese tenido razón.
Recuerdo que, después de desayunar, y estar en esa cafetería un par de horas, llegó la hora de despedirnos. Y recuerdo que me besaste en la calle. TÚ A MÍ. Me encanto la sensación y aún siento esas mariposas en el estomago cada vez que me acuerdo.
Prometiste mandarme un sms, y no tardaste en hacerlo :”Nena, no sé que me has hecho, solo sé que quiero estar siempre contigo”.
Y al leerlo, me puse a llorar, porque, me decías eso y, sin embargo, no te creía.